26 noviembre 2010

Hogar

Hoy es mi último día de 23, no poseeré un número primo sino hasta los 29. Estoy con los audífonos tan fuertes como para no escuchar a nadie más.

Cada vez que vuelvo a mi casa me doy cuenta de los espacios, que en este último corto tiempo he intentado buscar, crear y perpetuar en diversas instancias.

Para mi no es un axioma ver mi casa como un lugar agradable. Desafortunadamente tiendo a cuestionar la mayoría de las instancias de la forma más critica, para así tener una mirada plena, placentera, temporal y consistentemente lógica.

Durante este poco tiempo me he asombrado el increíble lugar que ha sido mi casa, desde la alfombra hasta tomar el té; desde los abrazos, hasta las despedidas. Me asombra también el cariño, la confianza, la unión, la alegría ilógica hecha sonrisas insostenibles. Definitivamente este lugar no está en otra parte. Definitivamente me quedo con las sonrisas, los llamados, los consejos, las discusiones, las siestas, los juegos a pies pelados, las onces y hasta con el alto volumen de la tele prendida de mi casa.

Definitivamente hay que saber qué aprender de la familia. La mía ha sido maravillosa y, afortunadamente, no por el hecho de cumplir un rol, sino por lo que día a día cada uno ha entregado al otro.

Me quedo con esto, con lo temporal, etéreo, palpable y espontaneo.

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