28 febrero 2008

Hipocrecimiento

Me gusta salir del trabajo y quedarme un buen rato en la calle. Mirando como pasa la gente, dándome cuenta como estuvo el día y que ni siquiera lo aproveché, viendo que las nubes estuvieron de tal forma (quizás como lo había soñado hace algunos días, y por estar aquí, encerrado en esta oficina donde me tengo que disfrazar de adulto para parecer normal y una persona inteligente, se me ha pasado por alto ver el detalle de esta casualidad esperada). Es obvio que por mi cuenta no lo hago (el de quedarme un buen rato en la calle), esto ocurre cuando me hacen esperar o cuando tengo que ir a comprar algo.

Si fuera por mi sólo iría a tomar la micro, para que probablemente recién cuando llegue a mi casa, me de por cambiarme de ropa, ponerme mis zapatillas de cuadros blancos con negro, mis pantalones verdes, mi chaleco verde sobre mi polera manga larga amarilla con café para salir a ver el sol. Sin mencionar una palabra, porque creo, en primer lugar que es algo que ya a nadie le interese.

Ayer, antes de salir (si, estoy contando mi vida, pero sólo un poco), tuve que esperar en la calle un buen rato. Estaba con mis pantalones de tela negro, mis zapatos negros y mi polera manga larga disfrazado de persona inteligente. Llegó mi tía para que nos devolviéramos a la casa, cuando antes de sacar su Mazda 3 (año 2003) del estacionamiento pasa una señora con su hijo a cuestas, su otra hija de la mano y dos niños más que la acompañaban. Pensé, "porque siempre pasan personas frente al auto cuando uno quiere salir", en realidad lo pensé solo hasta la palabra "cuando", porque mi tia me interrumpió mi pensamiento diciendo "Que es fea la gente que vive por aquí!".

Ahora que me acuerdo de esta frase me quedo en el aire. En el momento no pensé nada, o sea perdón, no dije nada. Porque yo estaba dentro del auto (punto uno), dirigiéndome al centro de Viña del Mar (punto dos, y más encima mi casa). Aún así me sentí una mierda por estar disfrazado, por parecer "bonito" si las otras persona son consideradas feas por su ropa y más aún por la expresión de su rostro..

No se si es casualidad que estas cosas me afecten ahora que tengo 21 años, porque también se me vienen, a la cabeza pensamientos tales como .. "que horrible debe ser dejar la adolescencia (de esto hablaré después)" y esto.. esto me hace sentir tan parte de una sociedad, como de una realidad condicionada.

Porque nosotros que estamos aquí, en una oficina, llena de plástico, de cosas inútiles, tan limpios, tan inertes, donde a lo más ocupamos nuestras piernas para ir por un ascensor, ya que la escalera es para "la gente del aseo" o para las, entre comillas, emergencias ( porque cuando ocurra una verdadera las personas se van a morir igual, de alguna u otra forma), y nuestros dedos para teclear y hacer nuestro 'trabajo'; donde nos conformamos con saber del mundo y hablar de él sintiéndonos superiores, donde hacemos que el tiempo pase más rápido y le tomamos el gusto al decir que estamos mal para que el otro nos mire con cara de pena, donde, con ese mismo tiempo, hacemos que nuestro cuerpo se vuelva más torpe que antes, donde nuestra percepción baja al nivel de interactuar con nosotros sólo cuando suena el teléfono... Porque nosotros, tan limpios por no hacer nada por el mundo, nos tomamos el derecho de decirle a un grupo de personas que es fea.

Creo que personas como las que (en estos momentos) se parecen a mi, son las que menos son de este mundo. Porque perdieron la percepción, porque el gusto por la vida lo dejan para el fin de semana y para las vacaciones, porque les da miedo andar en la calle, porque de la bicicleta pasaron a la micro, al colectivo y al auto, porque de la escoba pasaron a contratar a alguien para que limpie su suciedad, porque pagan $600 o $700 por metro cuadrado para vivir "bien" (y ese vivir bien es en un departamento con vista suficientemente alta como para no ver a los otros edificios, quizas somos tan horribles que sólo nos apartamos y pagamos por eso (ya que mientras más alto más caro). Me carga tener que bañarme todos los días, tener que pasar frente a un computador ocho horas, mirar por la ventana las casas de los cerros que son hermosas, pero que vive gente "fea" (según ellos), tener que esta ropa, tan... tan muerta.

Es horrible. A mi no me molesta estar en un lugar lleno de edificios, no me molesta que mi ventana de a uno o diez edificios más un cerro iluminado, porque por suerte tengo tanta imaginación que miro hacia arriba y puedo llegar mucho más alto, como muchos. Porque si puedo, voy a caminar (si, con mis pies, y si estoy atrasado porque el sol se va, voy a correr y no me va a dar vergüenza) para llegar a algún lugar que me satisfaga, para mirar los arboles de los cerros que están en cierta dirección o para tener que subir a algún lugar y sentirme en paz.

Yo no reclamo porque me dan de todo, porque si queremos ser absolutos, el contexto siempre nos va a ganar. Pero es que si tenemos vida suficiente, no entiendo porque luchamos por inmortalizarla, o mejor dicho por detenerla y hacer que perdure en el tiempo. Las cosas se pudren, nuestro cuerpo igual. No entiendo porque el querer vivir aún más. Por mi parte, y aquí finalizo, creo que es más importante hacer lo que uno tiene que hacer que intentar vivir por vivir. (Lo anterior puede ser aplicado a contextos inferiores, está claro, pero se vuelve invisible, se puede comprender así).

Nos hemos perdido de tanto, y con lo poco que nos queda, decidimos alejarnos aún más.
Aun me siento parte de este mundo como muchos otros, o al menos, en algún momento me sentí parte de él.

(No tengo canciones para escuchar, porque escribo desde mi lugar de "trabajo")

11 febrero 2008

No sabes como ponerle nombre, y cuando lo encuentras, te das cuenta que has arruinado todo

Y comienzas a mirar, creyendo que vas más allá de las cosas tratando de guardar silencio, al mismo tiempo te hundes en tu cojín... o tu hombro se hunde en el colchón, te quieres tapar pero no puedes, porque tus manos cubren tu pecho y no quieres moverte, aunque las piernas dicen otra cosa con las sábanas. sostienes la mirada en un periodo de tiempo muy corto y la aprietas, abres la boca y no precisamente para hablar, porque no sale nada claro de ti, entonces vuelves a hundirte pero ya no con el cuerpo ni con las lágrimas que has derramado sino con los pensamientos que se vuelven tan claros (y confusos) como la garganta lo permite.

No sabes porque los tonos de la luz se vuelven azules, cuando dentro de ti es todo tan rojo y verde... tampoco como detenerte ni porque dejas tus labios entrea-biertos hasta que despiertas al otro día por el viento que entra de la ventana, porque suena el teléfono, porque te llaman para hacer las cosas o porque simplemente sigues mirando el techo, en dirección contraria, donde, justo al momento de abrir los ojos, recuerdas lo que soñaste y lo único que quieres, es levantarte.

En mi caso pasa todo al revés, y a pesar de entender todo lo que puede suceder, no puedo entenderme, ni tampoco puedo correr hacia ti, porque dependo del tiempo, y con él ahora si, que no puedo hacer nada.

Y es que uno se da cuenta que ama cuando ya ha dejado de querer, pero hablar de eso es como escribir un poema de amor con la palabra corazón repetida más de veinte veces.


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