10 septiembre 2009

Desolación

De hace tiempo que ya me dicen que soy distraído, que me quedo pegado mirando las nubes, el mar o cualquier cosa poco importante. ¿Poco importante? [ ... ] No estoy haciendo esta entrada para hablar de mis defectos o lo que percibo.

Ayer salí del trabajo a las seis, tomé dirección a errazuriz, doblando por molina, donde están construyendo un edificio, o algo gigante de más de tres pisos. A esa hora todo es ensordecedor, la frecuencia de los autos, las micros y la cantidad de gente aumenta. A pesar de estar a sesenta metros del mar, nada de él se escucha. El sol, más que despedirse, parece retirarse un poco resignado y un poco ignorado por toda la humanidad preocupada solo de gastar más sus zapatos.

Llegué a la esquina y sentí un sonido agudo, suave y circular, no podían ser los autos, ni el odioso ruido de la construcción, ni la gente. Miré al suelo, hacia el metro, y a los arboles... nada, miré al edificio, un poco extrañado. Y al final del muro donde se apoya la malla color calipso de protección con los escombros que caen del edificio, había un chingolo. Lo sentí desesperado, perdido y solo, que buscaba a alguien. El pecho se me comprimió, ¿Como alguien lo iba a escuchar? ¿Como iba a encontrar a quien llamaba, si atrás de él hay un camión cementero y taladros funcionando?, si al frente estaba la calle atestada de buses y autos, si el mismo árbol más cercano a él estaba a merced de los escombros que caían del edificio. ¿No es esto un poco injusto para él? ¿No estaremos haciendo algo mal? ¿No estaremos pasando a llevar a alguien? (puras preguntas humanamente ilusas).

Me quedé unos segundos mirandolo, el sonido de la ciudad se hizo inutil, empecé a ver mi alrededor y ver que era lo que buscaba, frente a él, no cambié mi calidad de observador.

No sé como definir, el hecho de tener que mirar a otro lado y hundirme, nuevamente en el mismo ambiente urbano que perdido tenía a este chingolo.

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