18 octubre 2009

Contradicción

El espectro de frases al aire en momentos de rabia y pena pueden volverse gigantes. En especial cuando estamos o nos sentimos solos, momento clave donde lo infinito se nos acerca. Porque claro, es en la única parte del día, o de la noche, en que el tiempo se nos detiene, en que no sabemos qué decir o qué pensar, y casi siempre terminamos tiramos frases a un precipicio azaroso.

No hay justificación para remediar o curar a estas frases que llegaron al suelo, no hay forma de controlar las consecuencias. Con esto no hago alusión a una tragedia. Sino a mirar hacía el corazón y ver que lo único remediable es la ilusión y la disposición. El pensar de forma estructurada es lo peor que nos puede pasar. El esperar, probar, corroborar y analizar, solo nos sirve para jugarnos en contra y para juzgar. Cuando en determinados momentos nos desligamos de esto, logramos ver que, naturalmente, vivimos en una constante contradicción, y que esto no es ninguna tragedia.

El amor, en sus sentimientos y reacciones, nos transforma en espejos. El saber se vuelve una necesidad, las alegrías y las tristezas se vuelven reciprocas. Y de un momento a otro nos olvidamos cuales eran las costumbres, qué era la moral y por fin nos remitimos a la necesidad básica: la compañía, los sueños y los besos.

De pronto nos damos cuenta que hagamos lo que hagamos, nuestra memoria siempre está conectada a esa nube con nombre y apellido. Y lo mismo que nos vuelve valientes, nos puede dejar pendiendo de un hilo. Recuperar la ilusión siempre será mejor que vivir el luto. El amor nos da la vida, lo sentimos cuando respiramos, cuando el tiempo se vuelve insignificante y cuando nos enredamos entre las sábanas. Lo que nos mata, no es la falta de éste. Lo que acaba con nosotros es el habernos sentido lo suficientemente satisfechos de todo lo sentido y experimentado, o la determinante decisión de ir a carretear con Jimi Hendrix y Violeta Parra.

Creo que he escrito cinco párrafos sin ningún sentido.

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