Casi todas las mañanas, cumpliendo con mi rutina, tarareo una canción para acompañar mi transito por la casa. Esta va conmigo camino a la ducha, a buscar en qué lugar se ha perdido la ropa que hace unas pocas horas me saqué o también para que inútilmente intente prepararme desayuno.
Mi día, así, comienza de forma normal.
Bajo la escala, llego a la reja amarilla, saludo a los gatos y si la baranda tiene el roce suficiente, me tiro para no bajar los incontables peldaños que me separan del plan.
Camino a mi rutina me encuentro siempre con rostros anónimos provenientes de muchos lugares, probablemente todos de ningún lado, con algo en común: todos llevan rostro pesado, miradas ausentes, cejas levantadas en partes incorrectas por la pura emoción de llevar una vida, aparentemente, incorrecta. Otros miran debastados, enojados, confundidos, angustiados, rendidos, retirados, retraidos, reiterados, silenciosos, silenciados, confundidos, incredulos, debastados, debilitados, resistentes y cansados. La gente adulta, de pie en los lugares incorrectos produce una sensación realmente desagradable.
Ayer en la noche salí, bailé, sonreí y compartí. Hoy miro con incomoda compasión a mucha gente que no viene de ningun lugar, pero que claramente comparte el mismo estado y la misma emoción: El hecho de caer en lugares tan diferentes, en tan poco tiempo me hace ver, de forma aun más clara e intensa, que tan equivocados estan todos los que creen cumplir roles y responsabilidad para si mismos y para quienes los rodean.
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